jueves, 2 de agosto de 2012

El cerebro y la pobreza



Como la mayoría somos económicamente pobres, podríamos pensar que el hemisferio cerebral izquierdo funciona mejor en la pobreza.

Los humanos somos la especie más vulnerable, la que tiene que cuidar a sus crías por más tiempo para que lleguen a la adultez.

La violencia, las soluciones extremistas y radicales, son propias de los más débiles. Acosados rápidamente por la desesperación, tomamos medidas extremas. Sólo nos tranquilizan las soluciones radicales, las que en su mayoría incluyen la muerte de aquel o aquello que nos ponga nerviosos.

La medicina tiene en la cirugía su expresión más violenta, radical y bélica. No solamente somos extremistas por naturaleza sino que, uno de nuestros principales referentes morales (la medicina), emite permanentemente ejemplos de muerte (del tejido que corta, extrae, amputa), aunque sea con el pretexto de salvar vidas... las que no siempre se salvan con este criterio y desconociendo además, que existen otras técnicas curativas menos violentas y con resultados similares.

Muchas evidencias nos llevan a pensar que el cerebro humano, al estar dividido en dos hemisferios, podría tener uno más desarrollado que el otro.

Esta característica anatómica y funcional nos llevaría a percibir la realidad en dos polos: lo bueno y lo malo, lo blanco y lo negro, la vida y la muerte.

La existencia de estos dos hemisferios, de los cuales uno funciona mejor que el otro, hace que una mayoría no pueda percibir la realidad en forma completa sino que, si percibimos lo bueno no percibimos lo malo, si percibimos la vida, no percibimos la muerte, etc.

Según se comenta, en la mayoría de los humanos el hemisferio izquierdo está mejor desarrollado que el hemisferio derecho.

Dado que es un dato comprobado que la mayoría de los humanos somos pobres, podríamos pensar que el hemisferio izquierdo funciona mejor en la pobreza.

(Este es el Artículo Nº 1.627)

La compañía masculina innecesaria



Las mujeres post-menopáusicas pierden el deseo sexual y la compañía masculina se torna difícil por lo innecesaria.

Como he comentado, hombres y mujeres nos diferenciamos más de lo que suponemos, al punto que podríamos ser estudiados como si fuéramos dos especies diferentes (tanto como cebras y jirafas, por ejemplo) (1).

En el plano de la conservación de la especie es donde se encuentran las diferencias más notorias, porque las hembras de todos los mamíferos tienen una participación infinitamente superior a la de los machos (2).

Como en nuestra especie nos regimos por el instinto (como cualquier otro animal), pero con el agregado de una cultura que funciona como si fuera un segundo instinto y que muchas veces oculta al original, nuestros comportamientos como mujeres y hombres es muy diferente por la influencia de anatomías y funciones reproductivas diferentes, pero también somos diferentes (entre hombres y mujeres) porque el «segundo instinto» (la cultura), aumenta las complicaciones de nuestras conductas.

Dado que en nuestra especie no contamos con un período de celo, podemos decir que nuestra hembra aumenta su deseo sexual cada vez que ovula (período de fertilidad), es decir, una vez por mes.

Durante la ovulación ella instintivamente busca ser fecundada aunque la cultura distorsiona neuróticamente ese impulso para volverlo muchas veces irreconocible.

Esta mezcla de impulsos instintivos y de distorsiones culturales, provocan variados fenómenos, de los cuales solo mencionaré uno.

Ellas tienen un periodo reproductivo que va desde los 10-14 años a los 48-52 aproximadamente, durante el cual suelen estar acompañada por un varón porque sus hormonas así se lo exigen (aunque utilice barreras anticonceptivas).

Una vez terminado el período reproductivo (después de la menopausia), ellas carecen del deseo sexual reproductivo pero igual intentan replicar (infructuosamente) aquel período durante el cual las hormonas le atraían y conservaban por lo menos un varón.

         
(Este es el Artículo Nº 1.641)

La riqueza es tan excepcional como la fortaleza



La propia naturaleza determina que la mayoría seamos pobres y que solo unas pocas excepciones sean ricos.

Veamos algunas oraciones que incluyan la palabra «responder»:

«Préstame tu casa para hacer una reunión que yo respondo por mis invitados»: quiero decir que me haré cargo de reparar cualquier daño o perjuicio que ellos ocasionaran.

«Desde hoy, usted es la responsable de que se cumplan los reglamentos aprobados»: quiere decir que alguien impondrá el orden y que no permitirá que los reglamentos dejen de cumplirse.

«Esas preguntas podrá respondértelas un médico»: significa que el médico tiene los conocimientos y está dispuesto a evacuar la consulta.

«Tú eres el padre y junto con la madre, deben responsabilizarse de la crianza del niño».

La palabra «responder» alude entonces a la condición de hacerse cargo de algo o de alguien. Incluye los conceptos de proteger, asumir el deber, pagar, hacer cumplir.

Si nos comparamos con el resto de los mamíferos, no tendremos más remedio que reconocer que somos la especie físicamente más vulnerable, aunque también la que tiene el cerebro más desarrollado.

Para no entrar en detalles, somos los más débiles pero los más inteligentes, porque tenemos que remplazar la falta de fuerza, resistencia y maduración con habilidad, ingenio, astucia (inteligencia).

Tomando estas características en consideración, podríamos decir que en la amplia variedad de ejemplares que componen una especie, si todos somos débiles, entonces solo «algunos humanos se diferencian por ser más fuertes que la mayoría».

En otras palabras: para diferenciarse de los débiles, es preciso no serlo.

Pues bien: las acciones de responder (proteger, asumir el deber, pagar, hacer cumplir) parecen depender de la no-debilidad (fortaleza).

Con este razonamiento podríamos justificar que solo unos pocos (las excepciones, los fuertes) están en condiciones de tener más bienes para proteger, administrar, hacer producir y disfrutar.

(Este es el Artículo Nº 1.617)

La sencillez que se complica al ser observada



La sexualidad humana es complicada para los mismos humanos porque tenemos que observarla haciendo uso de un lenguaje impreciso.

En otro artículo (1) afirmo que la sexualidad es sencilla e intento fundamentar esa afirmación diciendo que somos una especie mamífera como cualquier otra. Sin embargo, el resto de mis artículos se dedican a describir, proponer hipótesis y tratar de entender por qué, a pesar de ser tan sencillos, no logramos entendernos.

Precisamente, refiriéndome a los vínculos incestuosos en otro artículo (2), debo reconocer que podría aceptar una teoría para explicar la relación madre-hijo pero excluyendo las otras formas de vínculos incestuosos.

En el referido artículo (2) hago mención a la relación incestuosa que puede establecerse entre la hija y su madre.

Guiándome por lo que suele verse en las películas pornográficas (material de estudio al que la ciencia menciona pocas veces como fuente de información respetable), observo que se repiten las escenas de lesbianismo en el que las mujeres se complacen mutuamente besándose sobre todo en las zonas erógenas: vagina, ano, boca, senos.

Sin dejar de aceptar la hipótesis de que el único «vínculo incestuoso» sea el acto de penetración vaginal por el que el varón intenta volver al útero materno, podría también aceptarse que la sexualidad oral constituye un intento de entrar (con la lengua en vez del pene) en el cuerpo de la madre, fantaseando con satisfacer el inconsciente anhelo de volver a la vida intra-uterina.

Seguramente estas disquisiciones le quitan cualquier rasgo de sencillez a la sexualidad humana. La principal fuente de complejidad surge de una mente que intenta verse a sí misma, con un alto grado de subjetividad, careciendo de una distancia emocional mínima para que la observación, (auto-observación, en este caso), pudiera ser confiable y que solo puede pensar con palabras de múltiples significados.

   
(Este es el Artículo Nº 1.635)

La sencilla sexualidad humana



Los humanos somos capaces de convertir a la sexualidad en una actividad sobrecargada de dificultades artificiales.

En una publicación anterior (1) les decía textualmente: «La sexualidad humana es muy sencilla pero se torna difícil y hasta imposible de entender si insistimos con que los humanos tenemos libre albedrío.»

Luego de este enunciado, el artículo continúa fundamentando los porqués del libre albedrío y sus efectos secundarios indeseables, pero recién ahora intentaré dar cuenta de por qué la sexualidad humana es tan sencilla.

Es sencilla porque es igual, aunque no idéntica, a la de los demás mamíferos.

No es idéntica porque todas las especies tienen rasgos identificatorios que justifican su «aislamiento reproductivo» (2), esto es, que el único tipo de semen que fecunda a las hembras es el producido por el macho de su misma especie.

Es sencilla porque cuando las mujeres están cursando un periodo de fertilidad, aumenta su deseo sexual y claramente buscan a un hombre que las fecunde.

Ese hombre difícilmente eluda la invitación femenina porque su propio cuerpo está preparado para que el deseo sexual aumente hasta niveles incontrolables y en muy poco tiempo (minutos, horas, quizá dos días) estará descargando su semen en la vagina de la mujer en estado de fertilidad.

Y esta es toda la sexualidad humana. No hay más nada que esto.

Ahora bien, para quienes desean complicarla, dramatizarla, tragedizarla, existen infinitas formas, recursos, historias para tomar ejemplo.

Las fantasías sobre el libre albedrío nos llevan a tener ideas de propiedad entre los fornicantes. Por algún motivo, uno, otra o ambos, se creen con derechos sobre quien fecundó o fue fecundada.

Este único capricho cultural es capaz de volver algo tan pacífico en un caos, en rituales aparatosos, en vinculaciones patrimoniales, en alianzas políticas, en fiestas, viajes, compras, regalos. Toneles de saliva en conversaciones.

         
(Este es el Artículo Nº 1.634)

Hacemos lo que podemos



Hasta los cerebros mejor entrenados para la investigación científica padecen las debilidades propias de nuestra especie.

Conozco una historia trágica que suele contarse como si fuera un chiste.

Se refiere a un ebrio que, en una noche de invierno, revuelve la nieve bajo un farol. Un policía le pregunta por qué hace lo que hace y el borracho le responde que busca las llaves para entrar a su casa. El policía le pregunta si está seguro de que se le cayeron en ese lugar y el hombre responde que se le cayeron en otro sitio pero que las busca ahí para aprovechar la luz del farol.

Quienes se divierten con esta historia se salvan de pensar qué significa en realidad. El pobre hombre nos representa a todos, pero sobre todo a los científicos de quienes depende nuestra salud.

Obsérvese que en general todo ser humano solo hace lo que puede. En el caso de ficción, el borracho solo puede buscar donde hay luz, independientemente del lugar donde podrían estar sus llaves. Eso mismo hacemos cuando buscamos algo: buscamos donde podemos buscar.

Según la historia que tiene a Pandora en el rol protagónico, cuando abrió la famosa caja esparciendo todas las enfermedades, dejó sin querer una en el piso del fatídico recipiente: la esperanza.

Gracias a esta «enfermedad», los humanos buscamos donde podemos (donde hay luz, por ejemplo), pero también buscamos donde podemos porque quienes nos ayudan solo pueden buscar en algunos lugares y no en otros.

Por ejemplo, según cuentan, los buscadores más interesados en encontrar las causas del cáncer, omitieron una y otra vez cualquier hipótesis referida al hábito de fumar porque todos ellos eran fumadores.

Este es un caso de «creencia pasiva» (1), en el que los prejuicios alcoholizan nuestro discernimiento, haciéndonos buscar donde nos moleste menos.


(Este es el Artículo Nº 1.626)

La creencia pasiva y la creencia activa


«Creer» es imprescindible para vivir. Podemos creer pasivamente (con ingenuidad) y podemos creer activamente (para no invalidar ninguna hipótesis).

El verbo «creer» tiene varios significados según el D.R.A.E. (1), pero todos esos significados parecen resumidos en el primero:

«Tener por cierto algo que el entendimiento no alcanza o que no está comprobado o demostrado.»

La acción de «creer» es importantísima a lo largo de toda la existencia. Es claro que las más importantes son «vivir» y «conservar la especie», pero podría decir que «creer» es la tercera en importancia.
Según puedo entender, (apoyándome en mi propio cerebro y en el suyo, para que trabajen juntos), existen dos formas de «creer»: una pasiva y otra activa. Extrañamente, una no es la inversa de la otra, sino bastante diferentes.

La «creencia pasiva» es la que tienen los niños y los adultos inocentes o que por alguna discapacidad intelectual pueden ser catalogados de ingenuos.

Quizá la mayoría de la población mundial pertenece a esta categoría. Los adultos inocentes «creen» en lo que les fue enseñado, en lo que les dijeron sus educadores, en las tradiciones de su grupo de pertenencia, en lo que dicen sus líderes políticos, religiosos y morales. 

Estos niños y adultos inocentes pueden tener necesidad de hacer consultas propias de ese nivel intelectual a personas que se dedican a evacuarlas. 

Estos «asesores de gente inocente» se especializan en demostrar la coherencia de su sistema de creencias. 

Una de las preguntas podría decir: «¿Cómo se explica que, siendo Dios infinitamente bondadoso, permita que una madre de cinco niños pequeños fallezca prematuramente?».

La «creencia activa» es aquella según la cual alguien es capaz de creer cualquier hipótesis al solo efecto de ponerla a prueba, para ratificarla o descalificarla. 

La «creencia activa» permite estudiar hasta la idea más descabellada sin invalidarla prejuiciosamente.

(Este es el Artículo Nº 1.624)

Alternativa al aborto



Las culturas determinan qué es bueno y qué es malo para sus integrantes. Aceptar que algunas mujeres no quieren ser madres, evitaría muchos abortos.

¿Cuántos dolores nos evitaríamos si pudiéramos vencer algunos pequeños temores que nos mantienen inmovilizados, incapaces de reaccionar?

La naturaleza parece recurrir a dosis de dolor y de placer para que los seres vivos dotados de Sistema Nervioso Central, hagamos o dejemos de hacer aquello que posibilita la conservación de la vida y de la especie.

Nuestra forma de reaccionar ante los estímulos agradables y desagradables está asociada a qué entendemos por bueno y por malo en cada cultura.

Seguramente existen motivos para que los hindúes consideren que es malo matar a una vaca; los religiosos se sentirían mal si no cumplieran sus ritos; los creyentes en la medicina occidental se controlan unos a otros, con actitud policíaca, para ver si el enfermo tomó o no tomó la medicación.

Algunas prácticas son universalmente mortíferas: comer alimentos en mal estado, no detener una hemorragia, caer desde cierta altura.

Algunas prácticas son universalmente beneficiosas: evacuar sólidos y líquidos con cierta regularidad, beber agua, proteger a los niños pequeños, dormir.

No hace mucho leí un artículo (1) que me llamó poderosamente la atención.

En él se expone que en Alemania, han instalado dispositivos especiales (imagen) para que las madres que deseen abandonar a sus hijos recién nacidos puedan hacerlo sin poner en riesgo su libertad y la salud del pequeño.

Esos receptores envían una señal a un centro especializado al mismo tiempo que encienden un sistema de calefacción para que el niño pueda esperar a que lleguen quienes se harán cargo de él.

Si nuestras culturas aceptaran que algunas madres necesitan abortar, quizá serían menos las que recurrirían a tan terrible solución si contaran con esta otra alternativa salva-vidas.

 

(Este es el Artículo Nº 1.620)

La vida es sensata



Existe una correlación entre la cantidad de dinero recibido y la cantidad de exigencias que la vida nos impone.

Es muy probable que las necesidades y los deseos del ser humano acompañen el estado corporal de cada uno.

— Un niño (de cero a veinte años) tiene muchas necesidades pero en poca cantidad porque su cuerpo es pequeño;

— una persona adulta (de veintiuno a sesenta años) tiene muchas necesidades en mucha cantidad porque su cuerpo es el más grande y activo de toda la existencia de cualquier ejemplar de nuestra especie; y

— una persona adulta mayor (de sesenta y un años hasta morir), tiene pocas necesidades porque su cuerpo sigue siendo grande pero genera poca energía por el desgaste natural del envejecimiento.


Si observamos las responsabilidades que tienen los integrantes de cada franja etaria, podemos observar que:

— los niños son económicamente dependientes y socialmente procuramos que no trabajen pero que destinen su energía a formarse mediante el estudio y el juego;

— los adultos son económicamente productivos y socialmente procuramos que trabajen para autosustentarse a ellos mismos y a sus familias, por eso es frecuente que reciban los ingresos monetarios más altos de su vida;

— los adultos mayores son económicamente productivos aunque en tareas de baja exigencia muscular y mayor exigencia intelectual (tareas de dirección, asesoramiento, administración), con miras a jubilarse, donde los ingresos suelen descender porque es normal que necesiten menos cantidad de dinero pues las personas a su cargo debieron pasar a la etapa de autosustentación.

Si esta descripción fuera correcta y en condiciones normales (sin enfermedades, ni accidentes, ni tragedias excepcionales) deberíamos encontrar que la etapa más cargada de exigencias, preocupaciones y angustia, se corresponde con la etapa de mayor productividad y compromiso (de veintiuno a sesenta años).

En suma: La cantidad de dinero y de exigencias recibidos, son proporcionales.

(Este es el Artículo Nº 1.601)

Las parejas hermafroditas


 
Las parejas en las que ambos cónyuges se atraen por las abundantes semejanzas, son menos creativas que las conflictivas.

Pensemos en las peripecias que tienen las personas que se unen para cumplir la única misión que tenemos: conservar la especie (1).

En una rápida descripción, me animo a proponer que existen dos categorías de potenciales cónyuges reproductivos:

1) Quienes desearían ser andróginos (hermafroditas), para tener hijos con sí mismos; y

2) Quienes desearían complementarse sexualmente con otra persona.

Quienes están alentados por la fantasía de ser autosuficientes, prescindiendo de otra persona que fertilice o sea fertilizada, están condenados al fracaso porque las personas hermafroditas, si bien poseen ambos sexos, por lo menos uno de ellos está atrofiado y no permite la auto-fecundación.

Como este obstáculo anatómico es insalvable, entonces esas personas tratan de vincularse con personas que, subjetivamente, parezcan idénticas, en los gustos, en el carácter, en las historias de vida. El atractivo se multiplica ante cada similitud y se enfría ante cada disenso.

Quienes desearían complementarse sexualmente con otra persona, se sienten muy atraídos por quienes nunca se ponen de acuerdo en casi nada. Si uno es ateo, el otro es católico; si uno disfruta de los postres el otro no prueba los alimentos dulces; si uno es sociable el otro parece ermitaño.

Me animo a proponer una breve definición: los del primer grupo desean cumplir la única misión, «ratificándose» y los segundos, desearían cumplirla «complementándose».

En un caso, los cónyuges se sienten perfectos, completos, muy serenos y en el segundo caso, los cónyuges se sienten imperfectos, incompletos, angustiados.

Como he mencionado en otros artículos (2), es casi un hecho que la naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para permitir que el fenómeno vida se interrumpa lo más tarde posible.

Las parejas hermafroditas prometen una convivencia poco reproductiva.

(1) Blog que concentra los artículos sobre La única misión
 
(2) Blog que concentra los artículos sobre el «fenómeno vida».
 
(Este es el Artículo Nº 1.645)